VERDAD Y MENTIRA

Enrique Ipiña Melgar, Phd [1]

Al interesarnos por la permanente vigencia de la verdad, nos preocupa el frecuente recurso a la mentira que, como nunca, aparece vestida con las galas de la verdad.

Si la verdad es garantía de confianza y de pacífica convivencia entre los seres humanos, de solución de nuestros problemas y de satisfacción de nuestras necesidades, resulta evidente que la mentira debe ser desenmascarada y rechazada. La mentira “es una expresión o manifestación conscientemente contraria a la verdad que por lo común ocasiona el engaño del prójimo”[2]; es “una expresión o manifestación contraria a lo que se sabe, se piensa o se siente”[3]. Esas y otras definiciones de la mentira la muestran siempre como “contraria” a la verdad. Si la verad está hoy en crisis no es causa de su fragilidad, sino de la enorme facilidad con que se recurre a la mentira para distorsionar o eliminar la verdad, acudiendo a diversos recursos para ocultarla, distorsionarla o destruirla. Los fines de esas y otras similares maniobras responden siempre a intereses velados o a propósitos inconfesables. No hay mentiras inocentes.

Quien de cualquier manera se exprese conscientemente contra lo que sabe, lo que piensa o lo que siente, es un mentiroso; carece de credibilidad ante los demás y no merece la confianza de nadie: ni en sus palabras ni en sus actos, ni en sus sentimientos, ni en sus promesas o compromisos.

Los mentirosos son universalmente repudiados. Sin embargo, el mundo está lleno de mentirosos que fingen ser lo que no son, declaran sentimientos que posteriormente no tienen, afirman lo que saben que no corresponde a la realidad, prometen lo que saben que no podrán cumplir; en fin, tuercen o niegan la verdad con sus actitudes, hechos y palabras. Se mueven con agilidad en la familia, en la comunidad, en la política, en la industria, en el comercio, en sus compromisos. Pero también en la literatura, la música, la pintura… en todas las artes y tareas humanas, donde nadie se los podría imaginar y donde, sin embargo, tienen una presencia muy activa y perniciosa, como en el derecho, en la comunicación social, en la en la ética; hasta en la religión. El vulgo no ha sido escaso en palabras para calificarlos; hipócrita es tal vez su más sofisticado apelativo.

Pero la mentira ha logrado ser tolerada y hasta aceptada sin escrúpulos donde no se tiene el coraje de oponerse a ella; o donde su aceptación produce algún beneficio a personas inescrupulosas. Es en esos ambientes donde resulta “inconveniente” decir la verdad. Donde se considera que la moral privada no tiene nada que ver con la pública; o donde se menosprecia como tontos o poco inteligentes a los que prefieren la verdad por encima de las conveniencias y los convencionalismos. La mentira trae siempre consigo una serie indefinida de consecuencias indeseables; sobre todo en la política, donde una mentira se desarrolla en cadenas interminables de funestas consecuencias sociales y económicas. En el mundo de la política se acepta muy comúnmente que es lícito y hasta meritorio mentir o por lo menos ocultar parcialmente la verdad. Es en la política donde nació la “razón de patria” para justificar cualquier violación de la verdad invocándose la manida frase: “el fin justifica los medios”.[4] Suele también suceder que en el ámbito político no se repare en cubrir con un velo de falso respeto las inconsecuencias de un personaje en su vida privada, como si ellas no debieran su imagen pública.

La verdad

Hasta los niños saben qué es la verdad. Si se lo preguntamos, sin dudar  nos dirán que decir la verdad es decir lo que es.

La verdad es la realidad. La representación del mundo real en la mente, en las palabras, en los actos y actitudes de las personas. Los antiguos filósofos la consideraban como la conformidad entre la realidad y su representación mental: adaequatio rei et intellectus[5].

La esencia de todo lo que existe es la naturaleza de la verdad. Es su “ultima ratio[6], porque  la realidad es el ser. El no-ser, la nada, no puede ser verdad porque no existe. No existe ni siquiera para que se pueda decir algo de ella. Entonces, cuando se miente se dice algo-de-la-nada que, como no puede ser percibida ni por los sentidos ni por la inteligencia, tiene que cubrirse con un disfraz que de algún modo la haga presente en la realidad, como la capa del hombre invisible en el cine, que es lo que le da bulto y apariencia. Ese disfraz es la mentira.

La mentira es solamente una apariencia del ser; es decir, un engaño, una falsificación de la realidad. Para el hombre, que por naturaleza busca siempre comunicarse con el ser, la falsedad constituye una frustración, un fracaso, un fiasco en su búsqueda de lo bueno, lo bello y lo auténtico, tanto en sí mismo como en el horizonte de su vida.

La persona humana es esencialmente un individuo irrepetible y, en su unicidad de mente inteligente y cuerpo sensible, se define como una subjetividad que no puede ser forzada a compartirse con otro ni a ser violentada por otra subjetividad personal. En este sentido es esencialmente “incomunicable e incomunicada”[7]. Sin embargo, la subjetividad de la persona se abre voluntaria y libremente a las impresiones de la exterioridad que percibe por medio de sus sentidos corporales; y a la expresión de su propia interioridad en diversas maneras y, en este sentido, al conocimiento y a la comunicación de la verdad.[8]

La expresión verbal del ser personal es su palabra como acción del sujeto que se revela por sí mismo. Así el verbo es la expresión verbal del ser.[9] Pero la acción del ser, o el verbo, no es necesariamente coloquial.  En la larga tradición del conjunto de la filosofía derivada del pensamiento griego y de la herencia judeo – cristiana, es el despliegue del ser que se manifiesta de diversas maneras. En el necesariamente único caso del Ser Absoluto, cuya esencia es el ser en sí mismo, sin dependencia de causa o atadura a finalidad alguna, la expresión del verbo es creación a partir de la nada. Cuando el creador de todo lo que existe se comunica, es la Palabra; que al ser pronunciada se despliega en el universo de los seres cuya existencia no es necesaria, y que tienen siempre un origen y un final; universo en el cual todos los demás seres somos y existimos. Él se comunica con nosotros por su Palabra y gracias a ella nosotros podemos comunicarnos con Él. Nosotros también, analógicamente, nos expresamos así en nuestro accionar, con nuestras palabras humanas; y a lo largo de la historia nos hemos ido expresando así en nuestras culturas, que son nuestras múltiples y diversas maneras de responder a las palabras y a los desafíos de la naturaleza. Es así como el creador nos da la palabra y podemos conversar con Él. [10]

En ese inabarcable espacio – tiempo la verdad se muestra como el despliegue del ser; y a su sombra la mentira que sólo puede considerarse como un esfuerzo epifenoménico, vano e insostenible, de aparentar tener algo de realidad sin conseguirlo: la nada. Nada hay nada más vano que la nada. Es así que todo el esfuerzo humano por mostrar el poder y la riqueza, el dominio, la supremacía y el disfrute de todo eso – de manera ajena a la verdad del ser -como la máximas realizaciones del hombre, cae por su base como la gran mentira de la nada: «vanidad de vanidades, todo es vanidad» [11]. Vanidad es la nada, la nada es pura vanidad.

Por el contrario, en la esfera luminosa del ser, la verdad del sujeto es la pura honestidad ontológica; pura sinceridad con la realidad del ser, en obras, en gestos, en actitudes, en valores, en palabras; sin sombra de vanas apariencias, en todas las formas de expresión posibles: musicales, pictóricas, escultóricas, dramáticas, posturales, organizacionales, proposicionales, declarativas, enunciativas, descriptivas, etc. En todas ellas la expresión humana no se aparta de la pura expresión del ser en hechos, gestos y actitudes de palabra o de obra. No la mentira que se desvela como la negación de la realidad, o como mera  apariencia de la verdad que trata de hacerse vanamente existente en todas esas formas de expresión como parodias, imitaciones, copias, plagios, sustituciones, suplantaciones, desviaciones, sustracciones, etc.

Un ejemplo se nos brinda en la poesía como creación[12]. La palabra humana por excelencia se manifiesta pura y transparente como poesía. Así la poesía no existe mientras no se pronuncia en la palabra[13] y sólo una vez pronunciada, hecha palabra, cobra entidad. Lo mismo acontece con todas las artes, privilegiado espacio de la expresión humana: la verdad se transparenta en la obra original de todo artista, se palpa y se ve en las artes plásticas tanto como en las que se despliegan en el tiempo. Por eso, cuando alguien plagia un poema comete un delito de secuestro, como si el autor hubiera sido arrastrado fuera de sí mismo, violando y forzando su incomunicabilidad contra su voluntad. Por eso el plagio artístico es universalmente censurado, casi tanto como un secuestro o una violación personal. Porque la creación artística es única y auténtica expresión de un sujeto personal.

Esas reflexiones nos llevan a concluir que la Verdad es el Ser y el Ser es la Verdad. Por eso la verdad se identifica con el ser del sujeto-persona-humano; que cuando éste se expresa de manera verbal o de cualquier otra manera, está saliendo libre y voluntariamente de su auténtica subjetividad, de su profundo y consciente ser “incomunicable e incomunicado”, salvo su propia e inalienable determinación.

Cuando un escritor, un orador, un pintor, un poeta o un músico se expresan están, pues, creando de la nada, en un reflejo analógico de la creación divina. Esa es la suprema  dignidad de la verdad: su identificación con el ser.

Por eso todo ello no pienso que la verdad frente a la mentira sea una cuestión de ética sino de ontología. Y, naturalmente, de esa fuente deriva su naturaleza ética.

La mentira es por tanto un atentado contra el ser mismo de la realidad; pues siempre procede la oscuridad o vanidad de la nada; y se presenta torpemente disfrazada de apariencias de verdad. Por eso es un secuestro de la verdad: su distorsión o deformación antinatural, sea como suplantación, como maquillaje de datos, como plagio, etc. Siempre es un hecho criminal más allá de la ética, en las altas esferas de la ontología, cuando la ontología se entiende como la pura metafísica del ser.

La tecnología y la crisis de la  verdad

El desarrollo de la tecnología, una vez que se descubrió la posibilidad del control y manejo de la electricidad prontamente seguido por el control y dominio de la electrónica, las ciencias comenzaron a cambiar a una velocidad sin precedentes. Especialmente la física, al descubrirse que la electrónica no podía explicar el comportamiento de la materia en el ámbito microfísico, sin los descubrimientos de Max Planck y de Werner Heisenberg sobre el principio de indeterminación. Esos fenómenos, asociados a la expansión del conocimiento lógico – matemático, han dado a la ciencia enormes posibilidades de desarrollo. De pronto los físicos, elaborando ecuaciones de indefinidas proporciones comenzaron a predecir el futuro del universo, con muy deslumbrantes aunque siempre dudosas conclusiones que, en realidad nunca han pasado de ser hipótesis relativamente aceptables[14]. Se volvieron filósofos allí donde los filósofos no se atreverían a incursionar.

En el mundo de la información, aparecieron las Tecnologías de la Información y la Comunicación,[15] que han puesto a disposición de todos los pueblos y personas las más diversas y abundantes fuentes de datos de forma casi ilimitada.

Esa explosión informativa, tan positiva para la educación y el desarrollo científico, ha dado lugar al crecimiento del saber y la cultura en general; pero ha traído también consecuencias  no deseadas, que anteriormente sólo llegaban a afectar a círculos restringidos de personas ilustradas. Estas perversas consecuencias permiten mentir más y mejor, si cabe la expresión. El fácil recurso a la desinformación; a la difusión de todo tipo de falsedades inconcebibles, conocidas como fake news; y finalmente al fenómeno universal de la postverdad, se han hecho fácil y universalmente posibles.

En esas tres modalidades consiste la que llamábamos crisis de la verdad y que en realidad es la explosión universal de la mentira. Porque vienen con agravantes adicionales: la múltiple edición de la mentira en facturas de buena calidad; su constante reproducción merced al manejo de algoritmos de elevada capacidad de aplicación en situaciones cambiantes; y, finalmente, su incansable repetición en todos los medios escritos, gráficos y audiovisuales. Así es como se difunde y se repite una mentira: una y otra vez, hasta lograr que acabe por ser aceptable y aceptada como si fuera verdad. Y como prácticamente todo el público dispone de radio y televisión, y aún de teléfonos digitales multimedia, el avance de la mentira sólo depende de la capacidad de pago del mentiroso. Esto está sucediendo en la política, donde los gobiernos autoritarios se mantienen incólumes en el poder con la propaganda mentirosa; o en el mundo de las empresas y de las corporaciones, donde se logra distraer al público de los enormes e irreparables daños al medio ambiente, que provoca su apetito de las crecientes ganancias que exigen sus accionistas.  Así también sucede en todos los ámbitos de la actividad humana. Es muy difícil que la  verdad llegue a gozar de las ventajas de las cuales disfruta la mentira, pues la verdad no se vende; ni ofrece fácil provecho y muchas ventajas; al menos no en la escala que está al alcance de la mentira y de los mentirosos. No en las dimensiones que ha alcanzado en nuestra época,  en pleno siglo XXI.

La desinformación

La desinformación es la solución mediática para el encubrimiento exitoso de verdad, deliberadamente  deformada, disimulada con algunos fragmentos de autenticidad y adornada de múltiples datos, desdibujados e imprecisos. Es la ausencia de la verdad plena, que a menudo se conoce como “media verdad”.  Detrás de los datos fragmentarios o torcidos se esconde la mentira, dándose por  seguro lo probable; y por dudoso o improbable lo que es cierto.

La desinformación  se transmite por medios oficiales, oficiosos y privados. Por aquellos que se prestan al juego sucio, a cambio de beneficios materiales siempre apetecidos por una prensa que se mantiene gracias al favor que le hacen los poderes de la política, o de la empresa, o de las organizaciones sociales; y hasta de las innumerables organizaciones religiosas que ofrecen salud y felicidad a bajo precio.

De todos modos, los medios de comunicación suelen difundir la mentira con enorme facilidad, llevándola hasta los últimos rincones del planeta a una velocidad y con una amplitud inalcanzables para la verdad; gracias a la astucia que se las hace posibles. En las redes sociales recurre al rumor como su agente favorito y no necesita mostrar sus pruebas para la verificación de “su” verdad; al contrario, cuantas menos pruebas muestra se hace más convincente, mostrando seguridad y solidez en una gran variedad de alternativas a la verdad: en la conducta humana, en la investigación científica, en la lucha política, en las relaciones internacionales, en las causas nobles y santas; en fin, en todo lo que resulta de provecho para sus divulgadores. Mucho más cuando los mentirosos se esconden detrás del pseudónimo o de un inocente avatar.

Pero lo que no es verdad es nada: pura vanidad o vacío de ser. Ausencia de realidad. Ausencia de ser. Lo que no es ni nunca fue; lo que no podrá ser nunca; es decir, la vanidad de la nada.

Puede darse el error no buscado. Esas falsedades, en las que el mal informado cae por error involuntario, pueden sin embargo tener malas consecuencias. Precisamente, a intensión del desinformador es conseguir que el receptor del mensaje distorsionado, creyendo que recibe una información verdadera y confiando en él, caiga por ingenuo o inexperto en la falsedad y la acepte como si fuera verdad. Será un error del desinformado. Pero será un crimen del del mentiroso contra la verdad del ser. Y además, contra la ética y la moral universalmente aceptadas desde los comienzos de la humanidad.

Todos puden ser víctimas de la desinformación y caer en el engaño si, como sucede en los tiempos que corren, no nse han formado un espíritu crítico a prueba de falsedades. No se puede dar por cierta ninguna información sin verificar la autenticidad de sus fuentes y, sobre todo, sin estar convencido de que responde a la realidad. Para ello hay que acudir siempre a la investigación y el estudio, por mucho que cueste. Más nos costará aceptar acríticamente cualquier información, venga de donde venga.

Hay técnicas muy conocidas para verificar la veracidad de una información. Ya hemos mencionado la primera, que consiste en la verificación de la información. Otra técnica consiste en la revisión por pares. Y actulmente, gracias a la red de internet y a los buscadores disponibles, resulta simple y sencillo , encontrar otras opiniones o una mayor abundancia de datos más sólidos, respaldados por publicaciones científicas o por la opinión de comentaristas mundiales de reconocido prestigio.

La desinformación acude sin descanso a la tecnología y mejora sus resultados. Eha llegado a ser capaz de presentar a un personaje en un video, con toda la apariencia de su voz y su figura, sus gestos, sus actitudes, sus modos y maneras, diciendo y haciendo lo que jamás habría dicho ni hecho en su sano juicio. Así se logra ataca y destruir a cualquier persona, desde un dirigente común hasta un líder mundial.

Desinformar requiere malicia; plena consciencia de que se está faltando a la verdad con la intención de falsearla, distorsionarla o desfigurarla y “hacer creer” que es verdad lo que es mentira, para engañar al otro o a los otros con algún fin inconfesable. Y esta es propiamente la conducta del mentiroso, condenada por todas las culturas alrededor del mundo y a lo largo de la historia. “Hacer creer” algo que no es verdad, es engañar, es inducir al error, es apartar al interlocutor de su derecho de acceder al mundo real, llevándolo a la irrealidad de una ficción urdida con malicia; privándolo así de su derecho a acceder siempre a la verdad, a la bondad y a la belleza del ser. Este es un derecho propio de todo ser humano, dotado de inteligencia y voluntad precisamente para acceder a la realidad del ser y sus atributos esenciales.

Si un maestro enseñara falsedades o doctrinas de dudosa credibilidad, a consciencia de que son tales, estaría cometiendo un crimen contra las personas de sus discípulos. Lo propio acontecería con un funcionario público que engañara al público para apropiarse de los bienes comunes; o con un político empeñado en ganar el poder y  la riqueza a como dé lugar. Y, sin embargo, estas son conductas frecuentes en la historia reciente, cuando se puede ver cómo la corrupción parece estar apoderándose de todo.

La “media verdad” siempre será una mentira plena; y la mentira está en la raíz de todo crimen; de hecho, es un crimen. Lo que no sucede con el error involuntario, por muy lejos que se encuentre de la verdad. En consecuencia, no es correcto atribuir la calidad de mentirosos a los que equivocaron su camino por diversas causas o por involuntarias circunstancias. Por eso, aunque nadie está obligado a encontrar la verdad; todos estamos obligados a buscarla con sinceridad y lealtad.

Con frecuencia se dan, sin embargo de todo lo dicho, las llamadas mentiras “blancas” o desviaciones de la verdad que se construyen con la pretensión de obtener fines laudables. A estas desviaciones suelen acudir, sin remordimiento alguno los que dicen buscar el bien de la patria o de la sociedad; llegando a hacer un arte de la política falsaria que diseña y utiliza tácticas y estrategias ingeniosas, para despistar al adversario y llevarlo a la derrota o al fracaso en aras del éxito del mentiroso. A estos ardides se suele acudir cuando se diseñan las estrategias y las tácticas que engañan al enemigo y le hacen pensar que está luchando contra un adversario leal. No hay lealtad en la guerra moderna; en la que todo se hace acudiendo a la desinformación del “enemigo”, al que hay que destruir o perjudicar a toda costa. Por eso toda guerra es inmoral; porque constituye un recurso vedado para los sujetos racionales, que siempre están obligados al diálogo antes que a la violencia.

Se suele incluso celebrar después, con regocijo y admiración, la habilidad de tales engaños “estratégicos”, atribuyéndola a la inteligencia, al valor y al patriotismo. Así alababan los ingleses las artimañas del pirata Francis Drake contra los navíos españoles y hasta le hicieron “noble” por ellas; o los nazis  que apodaron a Erwin Rommel “el zorro del desierto” por  su astucia en la guerra del norte de África. Así la astucia acaba por ser una virtud; aunque  todos sabemos que eso no es más que la misma habilidad de mentir y disimular.

Eso mismo se hace en la política interna de todos los países del mundo. Y también en la dura competencia entre empresas y corporaciones. ¿De qué sirve que en la escuela se enseñe a los niños “no mentirás”, si en la vida real ellos mismos ven, todos los días, que los medios de comunicación desinforman y mienten descaradamente, que los políticos y los empresarios hacen lo mismo, que la verdad sólo está en los libros y que, por tanto, ni en el seno del hogar tiene valor?

“Fake news”

Las “fake news” son el género preferido de las redes sociales para diseminar la desinformación. Hace unos años se solía decir “no news, good news”, haciendo alusión a la mercantilización de las malas noticias para promover la venta de los periódicos. Hoy los periódicos de papel ya casi no se venden. Lo que se vende ahora son los periódicos digitales, saturados de anuncios “multimedia” que el lector rechaza por su impertinencia y que el productor se empeña en obligarlo a leer, acudiendo a los expedientes coercitivos más indecorosos e irrespetuosos de la libertad del cliente.

En las “fake news” hay de todo. Desde falsificaciones de los hechos históricos de cualquier época, hasta anuncios del fin del mundo o de la llegada de los extraterrestres. Acontecimientos tremendos en el titular y nada originales en el contenido de la noticia.

La postverdad

La facilidad de la difusión de la mentira y su persistencia, hasta el punto de convencer  de “su verdad” a millones de personas, se ha podido apreciar en todo el mundo en el caso del fraude electoral, sostenido por Donald Trump como una verdad indiscutible, luego de las elecciones presidenciales en los Estados Unidos, ganadas por el actual Presidente Joe Biden.

La terca subsistencia de la mentira, a pesar del rechazo de los tribunales de justicia en varios Estados de la Unión y en la Corte Suprema Federal, y a pesar de que la prensa seria de los EE.UU. la denunciará debidamente, es una demostración de la fuerza que puede desarrollar el fenómeno llamado “postverdad”.

Es difícil definir qué es la postverdad, puesto que en cada caso puede tener variados elementos constitutivos. Podríamos decir que es un constructo social antes un producto lógico. Pero eso no sería suficiente. Sin embargo, es posible señalar algunas de sus características:

  1. Siempre se impone con mucho dinero.
  2. Utiliza todos los medios legales e ilegales que estén a su alcance.
  3. Puede sostener campañas prolongadas.
  4. Se arraiga fuertemente en las mentes de personas de toda condición y nivel cultural, acudiendo a principios tradicionales de legalidad y moralidad.
  5. No se detiene ante ningún obstáculo que pueda oponer la justicia o la opinión pública.
  6. Fabrica héroes, testigos y mártires defensores de su causa.
  7. Es prácticamente imposible de erradicar.

La construcción y mantenimiento de la postverdad es una práctica común a todos los poderes totalitarios en los ambientes políticos de todo el mundo; así como a organizaciones internacionales empeñadas en imponer sus principios pseudo – universales y, finalmente en las poderosas transnacionales que la sostienen mundialmente en defensa de marcas, procedimientos y precios. En nuestro país el fenómeno de la postverdad está empezando a ser introducido; pero es temprano aún para señalarlo como tal sin dar lugar a dudas.

Conclusiones

Verdad y mentira han estado siempre frente a frente. Nunca, sin embargo, al extremo que podemos contemplar en nuestros días, cuando se extiende el relativismo como una mancha de aceite en el mar y se abre epaso a una especie de escepticismo universal en materia de principios y valores.

Primera

Todo, finalmente, ha llegado a estar permitido [16]en una civilización, la nuestra, donde el poder legislativo de cualquier país del mundo, grande o pequeño, tiene la potestad de establecer lo que es ético y, por tanto, la moralidad de la conducta humana. La verdad, por consiguiente, depende un voto en un parlamento cualquiera y carece en absoluto de un fundamento ontológico. Su precio, por tanto, podría pagarse en oro o con una taza de café. Es indiferente.

Segunda

La mentira parecería haberle ganado la partida a la verdad. Y así sería, si el sujeto humano careciera de la libertad de consciencia que constituye la propia naturaleza de su ser. Si careciera de su capacidad de elaborar el pensamiento abstracto y universal [17]como el fruto prohibido a la naturaleza de cualquier otro ser viviente que no goce de la naturaleza del sujeto humano, incomunicable e incomunicado, salvo su libre decisión.

Tercera

Y no por tercera la menos importante: el problema de la mentira no es una cuestión ética, sino ontológica. Por consiguiente, hay que volver a hablar de metafísica sin las actitudes vergonzantes de quienes parecieran estar amedrentados por los creyentes del método científico. Como si fuera el único método para conocer la verdad.

Cuarta

El relativismo, padre del escepticismo, sólo puede ser derrotado con la verdad, fruto de la investigación científica y de la reflexión filosófica.

Quinta

La educación de las nuevas generaciones de científicos y filósosos exige el mayor respeto a la libertad de pesamiento en el sujeto persona, desde su más tierna edad. Pero, al mismo tiempo, el más sincero y desprejuiciado tratamiento de todos los campos del conocimiento, apelando al método y respetando las opciones personales.

BIBLIOGRAFÍA

Chauchard, Paul, EL SER HUMANO según Teilhard de Chardin, Ed. Herder, Barcelona, 1972.

Carranza Siles, Luis, LOGICA Y DIALÉCTICA, Ed. Librería Juventud, Buenos Aires, 1962.

Carrasco de la Vega, Rubén, DIÁLOGO CON HEIDEGGER, Ed. UMSA Facultad de Humanidades, La Paz, 2015

Cohen, Morris R. and Nagel, Ernst, AN INTRODUCTION TO LOGIC, Ed. Harcourt, Brace and World, Inc. New York, 1962.

Coreth, S.J., Emerich, METAFÍSICA, Una fundamentación metódico-sistemática. Ed. Ariel, Barcelona,1964.

Dewey, John, ART AS EXPERIENCE, Ed. Putnam Capricorn, New York, 1958.

Ferrater Mora, José, DICCIONARIO DE FILOSOFÍA, Editorial Sudamericana, Buenos Aires, 1971

Grenet, P.B., ONTOLOGIA, Curso de Filosofía Tomista, Ed. Barcelona, 1973.

Gilson Étienne, GOD AND PHILOSOPHY, Ed. Yale University Press, Clinton, Mass, 1962.

Heidegger, Martín, INTRODUCCIÓN A LA METAFÍSICA, Ed. Nova, Buenos Aires, 1972.

Heidegger, Martín, QUÉ ES METAFÍSICA, Ed. Siglo Veinte, Buenos Aires, 1970.

Hook, Sidney, THE QUEST FOR BEING, Ed. Dell Publishing Co., Inc. New York, 1961

Ipiña Melgar, Enrique CULTURA E IDENTIDAD NACIONAL, Ed. Educacional, La Paz, 1989.

Lozada Pereira, Blithz Y. NUEVAS SUGERENCIAS INTEMPESTIVAS, La lógica, el lenguaje y la cultura. UMSA       Facultad de Humanidades, La Paz, 2014.

Marcusse, Herbert,

EL HOMBRE UNIDIMENSIONAL, Ed. Seix Barral S.A., Barcelona, 1970.

Nietzsche, Friedrich, MAS ALLÁ DEL BIEN Y DEL MAL, Edicomunicación, Barcelona, 1999.

Tapia Frontanilla Edwin, ENRIQUE IPIÑA MELGAR, Entrevistas con EIM. Ed.OPINIÓN, Cochabamba, 1988

Terán Dutari, Julio, ANALOGIA DE LA LIBERTAD, Ed. Pontificia Univd. Católica del Ecuador, Quito, 1989.


[1] ESTE ARTÍCULO SE PUBLICÓ INICIALMENTE en el Nro.18 de los Cuadernos de Investigación del INSTITUTO DE ESTUDIOS BOLIVIANOS de la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación, de la Universidad Mayor de San Andrés, La Paz.

[2] Brugger, Walter, Diccionario de Filosofía. Ed. Herder, Barcelona, 1972.

[3] Diccionario de la Lengua Española, RAE.

[4] El fin justifica los medios es una frase hecha; significa que cuando el objetivo final es importante, cualquier medio para lograrlo es válido. ​Atribuida al filósofo político italiano Nicolás Maquiavelo, en realidad la escribió Napoleón Bonaparte en la última página de su ejemplar del libro El príncipe, de Nicolás Maquiavelo. (Disponible en Wikipedia). Pero no sólo es una frase; sino una difundida creencia que muchos políticos aplican cotidianamente sin el menor escrúpulo, causando que la gente honesta se aleje con marcada repugnancia de las actividades políticas de los partidos o de las facciones. Tal es toda la historia de lo “políticamente correcto”.

[5] Adecuación de la cosa y el intelecto.

[6] Razón última, su fundamento ontológico.

[7] Concepto clásico del sujeto.

[8] Para Tomás de Aquino y Boecio la persona es una sustancia individual de naturaleza racional; es decir, un sujeto completo, un todo unitario, cuyas notas fundamentales son la individualidad y la subsistencia. Lo definitorio del sujeto personal que lo diferencia esencialmente de los seres inanimados, los animales y las plantas, es la mente inteligente, como principio personificador. Considerando su ser, la subsistencia de la persona se nos revela como autoposesión y su individualidad, como total incomunicabilidad. (Summa Theologiae, Prima pars, qu.34, ar.3, ra.1). Martí Andrés, G. (2017). Sustancia individual de naturaleza racional: el principio personificador y la índole del alma separada. METAFÍSICA Y PERSONA, (1)

Disponible en: https://doi.org/10.24310/Metyper.2009.v0i1.2849

[9] El uso del griego λóγος en la época clásica de la cultura griega; y del término latino “verbum” en la cultura romana, muestra un paralelismo que recoge el pensamiento cristiano de los primeros siglos de nuestra era. Se refiere a la acción credora del Ser Absoluto, cuya palabra ES la realidad y no solamente la expresión de la realidad. Por ejemplo; la fidelidad a la palabra, en Juan, es la fidelidad a la manifestación de la realidad de Dios que ES su Palabra.( Ver el evangelio de Juan (Jn.1,1 y sus cartas, passim).

[10] En ese marco filosofófico fluye naturalmente una consecuencia de rigor lógico: la Verdad es Dios. Consecuencia que se desenvuelve en estrecha relación con la Revelación de la Palabra y todo el desarrollo teológico derivado de la Revelacón.

[11] ματαιότης ματαιοτήτων και τὰ πάντα ματαιότης‏. (mataiótes mataiotéton kai tà panta mataiótes) Eclesiastés 1,2, libro sapiencial, Antiguo Testamento)

[12] Ποίησis o poesía. Término que además significa acción, creación, composición. La poesía es pura creación en y con la palabra. Y la palabra es creación del ser. La relación directa del término griego con el verbo ποιῶ o hacer, en griego clásico, resulta evidente. En esa original relación se apoya la interpretación de Ποίησis como Creación y, sin estirar los significados, podemos concluir que la creación del universo es, en la mentalidad de los griegos de la época clásica, un poema: Palabra pronunciada por Dios. Nuestra propuesta de identificar al Ser con la Palabra tiene estos profundos antecedentes. Y por eso pensamos que el fundamento de la verdad no es una cuestión de ética, sino de pura ontología.

[13]  Johannes Pfeiffer, LA POESIA. Ed. Fondo de Cultura Económica, México, 1979

[14] Por ejemplo, la existencia de universos paralelos.

[15] Las TIC,s  y sus repercusiones en educación, economía, política y organización social. Véase entre otras, las obras de Manel Castells. Referencias disponibles en Wikipedia.

[16] “Si Dios no existe, todo está permitido”. La frase cèlebre de Iván Karamazov, el hermano ateo y racionalista, en la novela de Fedor Dostoywsky, LOS HERMANOS KARAMAZOV.

[17] Nadie ha podido explicar la capacidad de pensamiento abstracto y universal mediante las leyes de la inducción imperfecta. Tan imperfecta que sólo especula sobre la acumulación de los datos concretos, a sabiendas de que la elevación al pensamiento abstracto y universal requiere de una auténtico “salto cualitativo” y no de una sumatoria de elementos concretos.

Los espacios comunes: El arma reglamentaria del relativismo

Los espacios comunes: El arma reglamentaria del relativismo / Opinión

Que el relativismo emergió con fuerza para declarar la guerra a la religión y a la moral lo sabemos pero hoy su mayor enemigo es el conocimiento científico, es el último reducto que quedaba a salvo y la credibilidad del mismo se encuentra en serio peligro La impostura de la crítica está creciendo paralelamente al asalto del relativismo a todos los estamentos de la sociedad y a todos los fortines del saber.

No me digan que nunca en un debate les han rebatido con expresiones tales como: “eso no es tan fácil”, “es usted muy radical”, “eres muy negativo”, “hay que ser más positivo”, “eres demasiado tajante”, “eso que dices no es proporcional”, “no se puede generalizar” etc. Es decir, lo que en el mejor de los casos y siendo muy pero que muy perspicaces sería una conclusión final después de un argumentario queda travestido de argumentario.

Si buscamos respuestas tal vez encontremos a los culpables de tal indigencia intelectual, sin embargo si nos limitamos a llamar necios a los portadores de tan pésimos comentarios, no saldremos de un bucle que con toda probabilidad ha sido inspirado  exprofeso. Cuando un nuevo modelo de pensamiento inspira nuevos modelos de vida éstos a su vez refuerzan el modelo, a la larga el efecto sobre el vulgo es devastador.

Esa suerte de respuestas automáticas, solo pueden proceder de una visión preestablecida: todas las instituciones actuales afines al modelo de pensamiento moderno ofrecen una determinada cosmovisión cognitiva cada vez más uniforme a través de medios de comunicación de masas, la política, la educación y la cultura. De manera que  moldean y estructuran de forma subliminal nuestra forma de pensar.

Pero eso no es todo, hay otra cara de esa moneda, consistente en reemplazar el conocimiento objetivo por la crítica ilegítima. ¿A que llamamos critica ilegítima? a aquella cuyas premisas no parten de ninguna base de conocimiento objetivo, de manera que la crítica se convierte en este caso en impostora del conocimiento y no en una consecuencia del mismo.

Existió un tiempo no tan lejano en el que las deducciones lógicas del conocimiento objetivo no eran discutidas bajo ningún concepto mientras que hoy día cualquiera de ese tipo de deducciones si representa una amenaza para la nueva corriente de pensamiento (aparentemente nacida  fruto de la evolución del saber) es convertida con amplia aceptación social en muñeco de pin pan pun, e incluso las ideas o hipótesis contrastadas de las  que deriva se ponen en jaque.

He aquí el turno para los espacios comunes, los cuales se cuelan por los automatismos mentales que aparecen cuando las premisas del prójimo se salen del guion preestablecido a diario por quienes quieren imponer no solo un modelo de conocimiento basado en el desconocimiento, sino un mecanismo de defensa inconsciente y espontaneo de ese modelo, nuestro cerebro genera esos mecanismos de manera espontánea cuando sentimos que están haciendo tambalear la denominada zona de confort, aquella sobre la que se asienta el horizonte cognitivo.

Es en ese momento, cuando aparece el fusil de asalto de los espacios comunes para disparar a quemarropa sobre los fundamentos objetivos y los peones del ejercito relativista actúan a coste 0. Sus expresiones lapidarias con aroma a axioma cocinado cortocircuitan el debate y eclipsan el desarrollo de una postura alternativa por muy legítima y rigurosamente científica que sea.

Cabe discernir dos tipos de espacios comunes; por un lado los dogmáticos (derivados directamente de la filosofía relativista) y por otro lado los operativos (aquellos clichés útiles para un roto y un descosido a lo largo de cualquier discusión). Los primeros emanan de los cuadros de mando que inoculan tendencias a base de leyes, regulaciones, propaganda y toda herramienta de proselitismo, mientras que los segundos proceden de la creencia pagana en los primeros por parte de los peones de brega (que no son ni más ni menos que una gran masa crítica completamente maneada) y son las armas arrojadizas encargadas de proteger los dogmas en situaciones de emergencia, es decir, cuando  éstos van a ser desmontados.

El modelo crea automáticamente su propio sistema de defensa basándose en dos bastiones (aunque mejor sería llamarlos sinrazones): a) fuera de la génesis del pensamiento mayoritario de elástica relativista  comúnmente aceptado, no hay alternativa válida, pues el mantra de “cada uno tiene su verdad” hace mucho que ascendió a la categoría de axioma inexpugnable b) no es necesario cuestionarse nada porque todo es cuestionable.

Aquí obviamente hace acto de presencia la contradicción pues el paradigma relativista, que admite todo tipo de contorsionismos y planteamientos disparatados y aberrantes en su nombre, en base a una falsa laxitud del conocimiento en todas sus hechuras, no admite a su vez ser cuestionado de igual a igual. Resulta paradójico que el relativismo (que tiene su origen en el siglo V a.c.) sea el icono de la psique posmoderna. Quienes cautivos, conscientes o inconscientes, lo han internalizado en su estructura mental son sus más cálidos defensores también sus más firmes lacayos, prueba de ello es el arma reglamentaria de la que hacen uso en el fragor de la batalla de las ideas: los espacios comunes.

Eduardo Gomez

Ya no es posible callar

¡Héroes! — Antonio Pérez Esclarín

“La sangre de los mártires es semilla de nuevos libertadores”. La frase está copiada de Tertuliano, que en el año 197 de nuestra era escribió: “La sangre de los mártires es semilla de nuevos cristianos”. Las feroces persecuciones contra los cristianos de los emperadores romanos sólo lograron que muchos se convirtieran al cristianismo al palpar […]

a través de ¡Héroes! — Antonio Pérez Esclarín

EL OLVIDO DE LA FILOSOFIA

Por Enrique Ipiña Melgar

El hombre; es decir, la humanidad, siempre ha respondido a dos pulsiones opuestas: la seguridad, por una parte; y por otra, la búsqueda de lo desconocido o la aventura. Es posible considerar a la historia de la filosofía como un vaivén entre la certeza y la duda, entre el bienestar asegurado y la aventura preñada de riesgos.

Hacia fines de la Edad Media todo parecía terminado y completo. La gente educada pensaba que el saber había llegado a su cúspide. Al menos, eso creía la mayoría de las mentes más brillantes de los siglos XIII y XIV (San Buenaventura, Santo Tomás de Aquino, Guillermo de Occam, Juan Duns Escoto). Y es que todos se habían olvidado del sabio y humilde Sócrates («Sólo sé que no sé nada») Lo que las ciencias habían logrado conocer, la filosofía que las fundamentaba, más la teología que les daba su culminación, entraron en una época de estancamiento donde todo el debate giraba en torno a la realidad de los conceptos universales: si eran sólo palabras (nominalismo) o se podían considerar entidades reales (realismo). El problema se resolvió por sentido común: eran sólo conceptos en la mente; pero tenían fundamento en la realidad de las cosas concretas. Esta solución, debida en gran parte a Tomás de Aquino, se llamó “realismo crítico” y está en vigencia hasta nuestros días. Aparte de eso, no se volvieron a plantear problemas de fondo y todos disfrutaron así de una confortable seguridad. Hasta que al final del siglo XV dos acontecimientos sacudieron al mundo europeo; la Reforma de la Iglesia y el Descubrimiento de América. Ambos acontecimientos sacudieron a Europa en sus raíces; y comenzó la búsqueda, la aventura, en pos de una nueva y aún desconocida tierra firme.

La autoridad de la Iglesia había quedado seriamente cuestionada y nunca más sería tomada en cuenta como la fuente del poder de los reyes o el árbitro de las naciones; pero, además, el mundo descubrió súbitamente que todo lo que se sabía sobre el universo, la tierra, el sol, la luna y las estrellas, el ciclo anual de las estaciones, y finalmente la vida y la muerte, carecía de suficiente consistencia. Perdida la seguridad del mundo tal como hasta entonces se lo había imaginado, surgió la más poderosa pulsión hacia lo desconocido: la búsqueda de un mundo nuevo, que podría ser más grande, más justo y más fraterno que el mundo hasta entonces conocido. Estos hechos dieron alas a la imaginación de pensadores como Tomás Moro con su célebre UTOPIA y Erasmo de Rotterdam con su ELOGIO DE LA LOCURA.

Así comenzó la rebelión de los intelectuales y se manifestó la posibilidad de una nueva vía del conocimiento para los nuevos tiempos: el método científico. Grandes autores le fueron dando forma y consistencia: Nicolás de Cusa con su «docta ignorantia», Francis Bacon con sus tablas y su lucha contra los prejuicios, Descartes y su duda metódica, Copérnico, Giordano Bruno, Galileo…. Rápidamente el conocimiento científico se desarrolló como el saber preferencial, por encima de la filosofía que antes reinara en las escuelas y  las universidades. De la absoluta certeza metafísica se pasó a la duda metódica y a la verificación experimental. En adelante, los nuevos filósofos de la edad moderna apenas serían considerados, salvados sus aportes científicos; y sólo reforzarían este cambio trascendental.

Finalmente, al terminar la Edad Moderna, aparecen Immanuel Kant con su Crítica de la Razón Pura y Georg W.F. Hegel con la dialéctica y la filosofía de la historia. El advenimiento de ambos filósofos significó la derrota definitiva de la filosofía tradicional que sostenía la falaz independencia de la razón por encima del conocimiento sensible; y por otra, el mero pragmatismo o empirismo de la filosofía moderna de entonces, que nunca pudo elevarse por encima de los nuevos avances de la matemática y de las ciencias naturales. Mirando hacia atrás, en perspectiva, Kant vio que Aristóteles había logrado definir al tiempo en función del espacio; tratando al espacio como la base indispensable del tiempo.  La célebre sentencia aristotélica consta de muy pocas palabras: ό χρὀνος άριθμός ἐστι xινήσεος xα ἀ τὀ πρότερον xαἰ ὔστερον “el tiempo es la medida del movimiento según lo anterior y lo posterior” (Phys., IV, 11, 219a – 220a) Tal vez Kant se apoyó en esta sentencia aristotélica para insistir en que ambas realidades sólo existen en la mente del hombre, quien es “el que mide” el movimiento. ¿Se acordaría también de Protágoras y su inmortal afirmación “el hombre es la medida de todas las cosas (πάντων χρημἀτων). En efecto, el hombre es el único ser que puede medir el movimiento desde un lugar en el espacio y una situación en el tiempo. Tal vez Kant tomó de allí la base para definir sus célebres y hasta hoy no refutados juicios sintéticos “a priori” del tiempo y del espacio; formas innatas que ordenan el mundo o la realidad que, sin la medición humana, son sólo el caos (la verdadera realidad, el “noumenon”), algo carente de sustancia: el “ignotum x”. Hoy, mirando también hacia atrás y en perspectiva, nadie podría negar o afirmar que  esa concepción kantiana (no muy diferente de la teoría de los universales en el realismo crítico medieval) ejerciera influencia sobre el pensamiento de Einstein;  aunque el autor de la teoría de la relatividad no se hubiera remitido explícitamente a ella. ¿No se ha dicho acaso que todo el pensamiento posterior a Kant es su tributario? Así Kant pudo haber sido – si no el padre – sí el necesario antecedente de la teoría de la relatividad, fundando una nueva manera de ver el tiempo y el espacio. Y así pasaría a ser el que le dio una sólida base teórica al desarrollo de las ciencias de la naturaleza y del hombre.

Hegel, por su parte, descubrió una nueva dialéctica de la historia, cercana al teleologismo cristiano, que le hizo posible pensar en el porvenir humano como el último horizonte gracias a la superioridad del  espíritu, que se prefigura en la realidad suprema simbolizada por su visión utópica del Estado. Hegel se remonta a los orígenes del pensamiento occidental cuando se hunde en las profundidades del ser. Por eso su filosofía está entrañablemente unida a los problemas del pensar: la lógica; y del devenir del ser: la historia. Es pues, el padre de una nueva época y, junto con Kant, el que pone las bases del conocimiento científico; particularmente, las bases de las ciencias sociales a partir de la historia.

De esa manera Kant y Hegel nos devolvieron a la era de los grandes filósofos griegos, que supieron crear las bases teóricas de la ciencia. Kant y Hegel, a su vez, también nos ofrecieron una nueva física y una nueva manera de pensar el ser y la historia como un sólido basamento para el desarrollo de las ciencias. Fue así que el hombre europeo volvió a tocar tierra firme. Una nueva seguridad se había establecido y nuevamente se creyó que era imposible saber más, que la nueva filosofía había llegado a explicarlo todo. Y quedaron sentadas las bases de las nuevas ciencias.

Pero esta nueva seguridad iba a durar bien poco. Apenas comenzado el siglo XX, aparecieron en el  horizonte tres grandes científicos que pusieron en crisis las bases de todo el conocimiento laboriosamente alcanzado. Ellos fueron Werner Heisenberg (con el principio de indeterminación), Max Planck (con la mecánica cuántica) y Albert Einstein (con la teoría de la relatividad). La nueva física, olvidando las enseñanzas de Kant y Hegel, creyó que tenía que buscarse la vida construyendo sus propias bases teóricas, una vez que la filosofía parecía haber llegado a su propio límite y que ya no ofrecía sustento a estos nuevos desarrollos. Lo mismo sucedió con la química, que gracias a los hallazgos de la microfísica muy pronto se vio a sí misma como una anticuada ciencia de probetas, retortas y balanzas. En lo sucesivo se vería mejor atada a la física, buscando con ella esas dichosas bases teóricas, cada día más elusivas porque todo era realmente provisional y no pasaban cinco años sin que nuevos hallazgos y nuevas teorías pusieran en duda todo lo logrado hasta entonces. Así entramos en la segunda mitad del siglo XX.

El esplendor de los grandes filósofos de este cercano siglo (Martin Heidegger, Jean Paul Sartre) que, en realidad, abandonaron a la naturaleza para centrarse en el hombre personal, no alcanzó para devolvernos la fe en la seguridad amenazada. Las guerras mundiales que segaron la vida a decenas y decenas de millones de hombres con las poderosas máquinas de matar que la ciencia puso en manos de los poderosos, acabaron por quitarnos la fe en las promesas del positivismo decimonónico. Era falso que la seguridad que ofrecía la ciencia fuera mejor que la que un día nos había prometido la filosofía.

Así terminamos el siglo de las grandes guerras: con el desencanto de la ciencia y el olvido de la filosofía. Con una legión de científicos puros, encerrados en sus propios marcos lógicos, sin advertir la nube de incertidumbres, contradicciones y misterios que los fue envolviendo.

La filosofía quedó al margen, con la honrosa excepción de un grupo de auténticos filósofos, entre los cuales destacan Louis Althusser, Jacques Derrida, Jürgen Habermas y  Michel Foucault. A pesar de todo, se podría decir que el saber ha perdido su unidad y su universalidad. En los hechos, hoy nos encontramos con un panorama más problemático que nunca:

  • Las ideologías sólo se justifican por la defensa de los derechos de una clase, de una raza, de una religión; o por los intereses económicos o políticos de determinados sectores. Ya no apelan a una filosofía del hombre, o de la sociedad, o de la historia.
  • Las ciencias naturales cada vez son más «técnicas», cuando no se limitan simplemente a describir los fenómenos y sus mecanismos; como por ejemplo; las neurociencias. Casi todas se encuentran sin justificación racional para los grandes hallazgos descubiertos con las nuevas herramientas de la informática. De esa manera la microfísica, la microbiología, la genética, el «big bang» y la magna historia del espacio y el tiempo, no tienen una explicación suficiente. Sólo se describen hasta donde es posible. Más allá: la nada.
  • Por otra parte, en el ámbito de las ciencias sociales, el debate sobre los grandes problemas se ha estancado. Ya casi nadie investiga sobre el derecho penal, la victimología y la criminalística, el derecho a la vida y a la muerte; y la ética más necesaria que nunca, en las dimensiones de un mundo superpoblado y en un medio ambiental al borde de la catástrofe.
  • Por su lado, las ciencias políticas se encuentran perplejas ante las divergentes concepciones de la democracia, que de esa manera muestra sus profundas debilidades mientras la convivencia humana empieza a parecer imposible.
  • Ante esta compleja situación deberíamos establecer la imperiosa necesidad de volver a la investigación filosófica, aplicando críticamente los grandes principios de valor universal a todas las ciencias:
  • Identidad del ser y del pensar: las leyes del pensar no puede ser diferentes de las leyes del ser. La lógica es la otra cara de la ontología.
  • Todo efecto tiene causa.
  • Nada existe sin razón suficiente para existir.
  • Entre el ser y el no ser no hay término medio
  • El ser no puede ser y no ser al mismo tiempo y bajo el mismo aspecto.
  • La esencia del ser es ser, pero todos los seres del universo pueden ser o no ser.
  • Nada entra en el entendimiento si previamente no pasa por los sentidos.

Aunque parezca mentira, ésos y otros principios básicos de la filosofía del ser, del pensar y del conocer suelen ser ignorados o transgredidos. No son pocos los que, abusando de su escasa comprensión de los hallazgos de la física moderna, han llegado a creer que el conocimiento es siempre relativo y que incluso puede ser contradictorio sin perjuicio de nada ni de nadie. Sería muy conveniente que nos concentremos en el seguimiento de las leyes del ser, el pensar y el conocer para hacer la crítica de nuestras ciencias y verificar si se ajustan a las leyes de la realidad. Lo contrario significaría que nos abandonamos al caos total en brazos de una perezosa libertad de pensamiento. Entonces nada tendrá valor, porque todo valdrá lo mismo.

  • Tal vez sea necesario volver a empuñar la navaja de Occam para eliminar muchos entes que fueron creados sin necesidad.
  • Tal vez sea necesario ir tras los vestigios de la razón pura y de la lógica extraviada; y no contentarnos con repetir lo que dicen los autores más conocidos que, a su vez, repiten lo que decían otros.
  • Tal vez sea necesario reconstruir los más elementales fundamentos teóricos y críticos de las matemáticas (el algoritmo, la ecuación) o de las ciencias naturales (la observación directa) o de las ciencias sociales (el comportamiento humano).
  • Tal vez sea necesario preguntarnos más exhaustivamente sobre las presuntas verdades; sin apresurarnos a dar las respuestas o arribar a conclusiones que siempre serán provisionales.

Hay que investigar con espíritu crítico y creativo, no reconociéndole la  calidad de terminado o perfecto a ningún dato científico; sin miedo a la magnitud o a la complejidad de los problemas.

  • Sobre todo se debería analizar y evaluar los métodos de las diversas disciplinas, para establecer la práctica y la experiencia como su fundamento.
  • La bibliografía referencial debería ceder el primer lugar de apoyo al gran libro de la realidad y la experiencia de la realidad.
  • La reflexión debería siempre seguir y nunca anteceder a la experiencia.

A pesar de todo lo que hagamos es de esperar que la crisis se quedará por muchos años. Es posible que nunca se llegue a superar. Pero, por eso mismo, no deberíamos dejar de preguntarnos nunca por el sentido de las cosas y de nuestra existencia. Y eso sí,  dejar de suspirar por una zona de seguridad; que nunca fue otra cosa que una mera petición de principio. Si actuamos así, estaremos haciendo filosofía y ciencias de verdad.

[i] Ponencia presentada en la celebración de 20 Años de la Revista Estudios Bolivianos.Instituto de Estudios Bolivianos, Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación. UMSA. La Paz, 23 de Septiembre de 2015. Con admiración y enorme aprecio por la excelente producción de la Revista ESTUDIOS BOLIVIANOS en sus veinte años continuos de investigación.

[ii] Doctor en Filosofía por la Pontificia Universidad Católica del Ecuador (PUCE).

El “MATRIMONIO GAY” NO ES MATRIMONIO

Por Enrique Ipiña Melgar

Dos personas del mismo sexo tienen el derecho de hacer un contrato de asistencia y servicios mutuos, hasta que la muerte los separe o con un plazo definido sujeto a condiciones de cumplimiento forzoso; y tienen también el derecho de que las leyes reconozcan y garanticen su vida de pareja, sus derechos, sus mutuas obligaciones y los beneficios que se fundamentan en su libertad para hacer convenios y contraer obligaciones, en cualquiera de los temas lícitos que estimen oportunos y convenientes.

También tienen el más amplio y sólido derecho de que sus decisiones sean respetadas por la comunidad y de que no puedan ser objeto de discriminación o falta de estima y consideración, por haberlas tomado. Al contrario, tienen derecho a merecer mayor respeto y protección por parte del Estado y de toda la comunidad, por constituir un sector minoritario de la sociedad.

Pero no por eso pueden asumir para su unión la apariencia, o la forma, o el nombre del matrimonio; porque el matrimonio es otra cosa. Hay que designar a cada cosa por su nombre. Y si para designar una realidad se usa el nombre de otra cosa, se producirá entonces o una mala comprensión de lo que queremos designar, o una pérdida de sentido de la cosa cuyo nombre se está usurpando. De ese modo la unión de dos personas del mismo sexo podría perjudicar a la solidez y a la naturaleza misma del matrimonio.

Para explicarme un poco mejor, recurro al origen de la palabra y de la institución social que esa palabra representa.

La etimología de la palabra matrimonio nos lleva a dos palabras latinas: «matris” y “munus». La primera palabra «matris», significa «de la madre»; y la segunda palabra, «munus», significa «encargo o deber de atención»; es decir «encargo de atender a la madre». Así, desde el sentido íntimo de la palabra compuesta, comprendemos que el matrimonio está indisolublemente ligado a la maternidad, que lo justifica y le da su razón de ser. En español, el fragmento “matri” está naturalmente representando a la palabra “madre”.

Ya hemos visto que el matrimonio es la institución social encargada de la protección de la madre y de sus hijos; protección que está a cargo del padre de esos hijos y marido de esa madre. Por eso será que en los países hispano – parlantes no es fácil hablar del matrimonio sin declarar simultáneamente la posibilidad abierta de que la esposa sea madre y de que por ella lleguen los hijos. En coherencia con nuestro idioma y nuestro lenguaje, la legislación boliviana y las de otros muchos países, no contemplan otra alternativa para el matrimonio que la unión de un hombre con una mujer; unión fecunda, de cuya intimidad nacen los hijos, fruto natural de esa unión.

A la vista y consideración de esas realidades no resulta lógico ni coherente aplicar la palabra “matrimonio” a la unión de dos personas del mismo sexo, donde no hay fecundidad, donde no hay hijos ni puede haberlos sencillamente porque no hay madre.

Por eso el matrimonio, institución universal y cargada de una riquísima tradición multicultural, es el fundamento natural y legal de la familia, la célula básica de la sociedad. El deterioro del matrimonio, provocado por el mal uso del término, que lo aleja de su función reproductiva, lleva inexorablemente al deterioro de la familia que está formada por el padre, la madre y los hijos. Y no se diga que puede haber otros tipos de familia con la misma propiedad y características de las que goza la familia natural.

En sentido traslaticio o figurado, por supuesto que hay muchas agrupaciones que a veces y ocasionalmente se dicen “familia”, como puede ser un club deportivo, una agrupación cultural, etc. Pero si se usa esta palabra para definir a la unión de dos personas del mismo sexo, se caerá en el mismo exceso que ya hemos descifrado al tratar de la palabra matrimonio. Mucho más apropiado es el uso del término para designar a la familia ampliada, unida por lazos de consanguinidad o por vínculos espirituales.

En el mundo de hoy pareciera que se ha difundido una nueva manera de ver las relaciones familiares, con una amplitud que tiende a debilitar las bases mismas de la comunidad. Si llegara a imponerse mayoritariamente este nuevo modo de ver al matrimonio y a la familia, la población disminuirá – como ya sucede en algunos países europeos – y el futuro de la humanidad estará en riesgo.

No quisiera pensar que el hedonismo que se difunde por la anticultura del “disfrute y descarte” y del “gozo, uso y abuso” que franquea el dinero, se estuviera generalizando y penetrando las raíces mismas de nuestras naciones y culturas, impregnando a la juventud con el falso criterio de que la sexualidad es algo progresista, desligado y alejado de la reproducción de la especie humana. Si así fuera, estaríamos ante una realidad muy peligrosa; mucho más peligrosa que el consumismo y el extractivismo que ponen en grave riesgo el provenir del planeta como hogar de la humanidad.

En resumen: en la sociedad actual, plural e intercultural, garantizada por la Declaración Universal de los Derechos Humanos, las parejas del mismo sexo tienen el derecho de consolidarse legalmente; pero no tienen por qué usar o usurpar para su unión el nombre del matrimonio, que es otra cosa. Puede haber otros nombres, igualmente dignos, que se puedan usar con propiedad y sin desmedro del matrimonio heterosexual y fecundo.

Ph.D , Doctor en Filosofía por la Pontificia Universidad Católica del Ecuador (PUCE). Ensayista y escritor

Bolivianos lo pasan mal en Venezuela

Transcribo una carta de un antiguo amigo que hace años vive en Venezuela. Por solidaridad, si puedes hacer algo por él, escríbeme a eipina@yahoo.com

No es sólo por él, sino por los bolivianos que no pueden salir de ese país en tremenda crisis y regresar a nuestra tierra.

feb15 a las 9:13 A.M.

Las maravillas de nuestro cuerpo

Por correo electrónico me llegaron las siguientes informaciones que nos muestran las maravillas de nuestro cuerpo. Es increíble que haya quienes atribuyan todas estas maravillas a la casualidad.

Conozca algunos de los ‘super-poderes’ del cuerpo humano:

* El corazón humano, sacado del pecho, puede palpitar todavía unas horas porque tiene su propio sistema eléctrico y puede recibir electricidad del aire.

* El hombre desde el nacimiento hasta los 70 años pierde aproximadamente 50 kilogramos de piel, un peso equivalente al de un hombre de baja estatura.

* Al estornudar el hombre expulsa aire con fuerza a una velocidad de 160 kilómetros por hora.

* El cerebro, cuando está despierto, produce electricidad suficiente para encender una bombilla.

* La potencia generada al día por un corazón bastaría para mover un camión durante 32 kilómetros.

* A lo largo de una vida el corazón genera la potencia suficiente para que un camión recorra la distancia equivalente a ir a la Luna y regresar a la Tierra.

* La mayoría de los astronautas crece unos 5 centímetros en el espacio.

*A lo largo de su vida el hombre produce tantos litros de saliva que bastarían para llenar aproximadamente dos piscinas (unos 20.000 litros).

* Si el ojo fuera una cámara digital, tendría una resolución de 576 megapíxeles. En comparación, la cámara más potente del mundo tiene solamente 80 megapíxeles y cuesta más de 40.000 dólares.

* Si fuera posible desenrollar nuestro ADN, su longitud sería de 16 millones de kilómetros, el doble de la distancia que separa la Tierra y Plutón.

* A lo largo de una vida la memoria del cerebro puede guardar 1.000.000.000.000.000 (mil billones) de bits de información.

* Durante la vida el corazón bombea más de 150 millones de barriles de sangre, que bastarían para llenar 200 vagones cisterna de un tren.

* Al caminar usamos más de 200 músculos diferentes.
No crees que es más que bueno decir al menos Gracias Señor por amarme y por todo y cuanto me diste!

Reflexionemos. Y demos gracias.

El aborto y el Tribunal Constitucional

 
 

Según el Tribunal Constitucional, la vida del ser humano debe ser protegida desde el momento de su concepción. Se trata del reconocimiento explícito, por la máxima instancia judicial del Estado y en armonía con los tratados internacionales sobre derechos humanos (Pacto de San José), de que el embrión es un ser humano desde los primeros instantes de su vida en proceso de desarrollo y, por consiguiente, es acreedor de los derechos humanos; el primero de los cuales es el derecho a la vida.

A la luz de este fallo resulta ocioso discutir desde qué momento se podría practicar un aborto; lo que importa es que se trata de un ser humano, aunque se encuentre en los momentos iniciales de un desarrollo humano vital que no se puede interrumpir deliberadamente; proceso que no terminará con su nacimiento, sino que continuará en su infancia, en su adolescencia, en su madurez y en su ancianidad; y que sólo puede terminar legítimamente con su muerte natural.

Por eso, si fuera lícito interrumpir ese proceso de desarrollo vital en uno, dos o tres meses después de su inicio, también sería lícito, entonces, interrumpir la vida de un anciano por cualquier razón económica o social disfrazada de defensa de su dignidad; y aun la vida de un niño, de un joven o de una persona adulta cuando sufran una enfermedad considerada terminal. Claro, para llegar a esos extremos, habría que tener los escrúpulos de los nazis; es decir, no habría que tener ningún escrúpulo.

Pero hasta aquí yo valoro muy positivamente el fallo del Tribunal Constitucional.

Sin embargo, no puedo estar de acuerdo con la suspensión de la obligación legal de acudir primero al juez, antes de proceder al aborto de un ser humano en gestación por las causas que establece el Código Penal de Bolivia. Y no estoy de acuerdo así como no lo estoy con el aborto legal y deliberado, bajo ninguna circunstancia.

Y no puedo estar de acuerdo porque ningún poder del Estado, por muy democrático que fuera, tiene la facultad de autorizar la muerte de un ser humano. Si el Tribunal Constitucional reconoce que se debe respetar y proteger la vida humana desde el momento de la concepción, debería reconocer entonces que esa protección tiene que dársele siempre, inclusive en el caso de conflicto con el honor (violación) o aun con la vida de su madre. Porque el hijo que ella tiene en su seno es más débil e indefenso que ella, es el que más ayuda necesita y es también el que no tiene ninguna responsabilidad – ni siquiera por omisión de precauciones – de lo que esté sucediendo.

Por eso, preferir la vida o el honor de la madre y matar al que está en proceso de gestación es un error y un crimen execrable. Al fin de cuentas, las madres, por obligación natural y en cualquier situación concreta, se deben a sus hijos; y no al revés. Por eso resulta enteramente paradójico, inhumano e ilegítimo que algunas legislaciones concedan a las madres el derecho al aborto que se reduce a un simple derecho de matar a sus hijos.

Ya sé que no son pocos los que invocando los derechos sexuales y reproductivos de la mujer se niegan a reconocer estas lógicas conclusiones. Y es porque no pueden rebatirlas que acuden al argumento descalificador, pretendiendo de anularlos y sacarlos del debate arguyendo que no son razones, sino creencias religiosas de fanáticos. Pero no es así. Son argumentos pura y sólidamente lógicos.

Nadie puede negarle a la mujer el derecho a decidir sobre su propio cuerpo. Pero, en el caso del aborto, ese derecho está limitado por el derecho de otro ser humano, que está siendo gestado en el vientre de su madre; su derecho a vivir y a nacer. Todos sabemos que los derechos de una persona terminan donde empiezan los derechos de otro. Lo que no significa que se deba abandonar a las mujeres a un destino fatal: se debe acudir a los múltiples recursos que, si hubiera voluntad y sensibilidad, se pueden provisionar oportunamente, evitando daños mayores tanto a la mujer como a los aún no nacidos. El aborto no es inevitable. La medicina se ha desarrollado tanto que ya no es posible sostener que el peligro de muerte de la madre estará en contra de la vida del hijo, ni siquiera en el caso gravísimo del incesto.

En conclusión, cuando el Tribunal Constitucional suaviza la penalización del aborto tal como está legislada en el Código Penal, en sus artículos 266º y siguientes, levantando la obligación de una previa autorización judicial, estaría empatando el debate para evitar que los abortistas protesten demasiado al verse frustrados en sus pretensiones de lograr la despenalización.

La verdad es una y entera. Y cuando una proposición es sólo media verdad, es mentira. Si los jueces no se atreven a ser consecuentes con el principio por ellos mismos sostenido y admiten y aprueban el aborto bajo determinadas circunstancias, no están actuando con apego a la verdad.

Lo que ha hecho el Tribunal Constitucional con este fallo de empate no ha sido un acto correctamente judicial, sino una salida embargada de cálculo político y pragmática duplicidad: le ha puesto una vela a Dios y otra al diablo.
 

Saber vivir con los demás

 
 

El aprendizaje que reúne a todos los demás aprendizajes es el que nos conduce a saber vivir con los otros; es decir, a con-vivir con los demás.

Tal como ha evolucionado la sociedad, una vida personal que pretendiera desarrollarse sin contar con los demás sería imposible. Todo lo que está a nuestro alrededor, todo lo que hacemos y sabemos es fruto del trabajo y de la múltiple actividad de otras personas que nos precedieron, o que viven a nuestro lado sin que apenas las conozcamos. Pero si vivimos y podemos crecer como personas, formar familias, tener hijos y educarlos; si podemos aspirar a ser felices superando las amenazas y los peligros que se ciernen a veces sobre nuestras cabezas; si podemos viajar y comunicarnos, si podemos ejercer nuestra libertad de pensamiento y de palabra, es gracias a los demás, a los otros, a la gran familia humana.

El ingente tesoro de la cultura, que nos permite ser y vivir como ciudadanos de un país y como personas libres y dignas, ha sido elaborado y mejorado innumerables veces a lo largo de los siglos, en todos los rincones del globo.

Por eso, desde un clavo hasta un teléfono inteligente, nada se hace en el mundo si no es a partir de los incalculables logros y conocimientos previos, aportados por innumerables personas que contribuyeron a su creación y desarrollo con la luz de su inteligencia y con la fuerza de su voluntad.

En realidad, somos hijos de la historia de todas las culturas, cuyos mejores frutos y hallazgos se han ido intercomunicando entre todas las naciones y pueblos de la tierra. De ahí que la pretensión de erigir una cultura como superior a las otras es pura ilusión cuando no una fraudulenta mentira; porque todas y cada una de las culturas vigentes son interdependientes y tributarias las unas de las otras. Por eso, estudiar y aprender filosofía, ciencias o letras, artes o deportes, es aprender a ser los herederos de la humanidad. Al entender esta verdad el ánimo debería exaltarse y llenarse de profundo orgullo y gratitud por ser miembros del género humano.

Al mismo tiempo, como herederos de los tesoros de la humanidad, lo somos también de sus carencias y falencias, de sus errores, y aun de sus graves crímenes y delitos. Nadie podría decir que en su cultura no se han cometido abusos e injusticias. Ni siquiera el idealizado imperio incaico podría ser excluido de esta realidad, autor de los mitimaes, de la mita y de los sacrificios de inocentes niños abandonados en las gélidas alturas.

Todas esas consideraciones nos llevan a sentirnos solidarios de todo pueblo y de todo ser humano. “Homo sum et nihil humanum a me alienum puto” (soy hombre y nada de lo humano me es ajeno), escribió Terencio, el poeta latino.

En realidad ningún ser humano es diferente de los demás; no es mejor ni peor que cualquiera de los otros gracias a su humana naturaleza, por la cual todos somos iguales. En esta fraternidad natural encuentran su fundamento los Derechos Humanos, contra los cuales no puede aceptarse la validez de leyes ni de costumbres en ningún país del mundo. Y eso es la civilización contemporánea, que se construye con infinita perseverancia cada día, por encima de las miserias y las flaquezas de la Humanidad.

Pues bien, para vivir en esa civilización de la fraternidad universal y del respeto a los derechos de todos, es necesario educarse; es necesario aprender a convivir con todos los demás en respeto mutuo, en tolerancia de las diferencias, en amor por los pobres y necesitados. Es necesario aprender a compartir con todos y entre todos, participando con ellos de los bienes de este mundo y preparando siempre, con esperanza e ilusión, un mundo mejor para nuestros hijos.

Porque nada de eso se conseguirá por herencia, como si se tratara de un bien cultural. Cada generación y cada ser humano, hombre o mujer, deben luchar por su libertad como lo hicieron las primeras comunidades; deben esforzarse por alcanzarla y consolidarla venciendo la soberbia de los abusivos propios y extraños: su egoísmo, su estrechez de miras y su intolerancia.

En el caso de nuestro país las condiciones están dadas. Tenemos una abundante y rica legislación; tenemos el ejemplo de muchos bolivianos y bolivianas ilustres que supieron dar hasta la vida por el futuro de su patria. Pero nada de eso sería suficiente si todos y cada uno de nosotros no luchara cada día por ser mejor, superando los vicios y las tendencias perniciosas de nuestra sociedad y así alcanzar las metas que como pueblo, nación y cultura nos hemos propuesto.

Un país verdaderamente civilizado no nos lo regalará nadie. Ni siquiera el mejor gobierno de la historia del mundo. Eso lo tendremos que lograr todos y cada uno de nosotros, solidariamente unidos y pese a las dificultades, recordando que todo es posible para el pueblo que sabe proponérselo.

Yo sí tengo la certeza de que podemos lograrlo y lo haremos. Y Usted, ¿comparte estas convicciones y actúa en consecuencia con ellas? ///