Enrique Ipiña Melgar, Phd [1]
Al interesarnos por la permanente vigencia de la verdad, nos preocupa el frecuente recurso a la mentira que, como nunca, aparece vestida con las galas de la verdad.
Si la verdad es garantía de confianza y de pacífica convivencia entre los seres humanos, de solución de nuestros problemas y de satisfacción de nuestras necesidades, resulta evidente que la mentira debe ser desenmascarada y rechazada. La mentira “es una expresión o manifestación conscientemente contraria a la verdad que por lo común ocasiona el engaño del prójimo”[2]; es “una expresión o manifestación contraria a lo que se sabe, se piensa o se siente”[3]. Esas y otras definiciones de la mentira la muestran siempre como “contraria” a la verdad. Si la verad está hoy en crisis no es causa de su fragilidad, sino de la enorme facilidad con que se recurre a la mentira para distorsionar o eliminar la verdad, acudiendo a diversos recursos para ocultarla, distorsionarla o destruirla. Los fines de esas y otras similares maniobras responden siempre a intereses velados o a propósitos inconfesables. No hay mentiras inocentes.
Quien de cualquier manera se exprese conscientemente contra lo que sabe, lo que piensa o lo que siente, es un mentiroso; carece de credibilidad ante los demás y no merece la confianza de nadie: ni en sus palabras ni en sus actos, ni en sus sentimientos, ni en sus promesas o compromisos.
Los mentirosos son universalmente repudiados. Sin embargo, el mundo está lleno de mentirosos que fingen ser lo que no son, declaran sentimientos que posteriormente no tienen, afirman lo que saben que no corresponde a la realidad, prometen lo que saben que no podrán cumplir; en fin, tuercen o niegan la verdad con sus actitudes, hechos y palabras. Se mueven con agilidad en la familia, en la comunidad, en la política, en la industria, en el comercio, en sus compromisos. Pero también en la literatura, la música, la pintura… en todas las artes y tareas humanas, donde nadie se los podría imaginar y donde, sin embargo, tienen una presencia muy activa y perniciosa, como en el derecho, en la comunicación social, en la en la ética; hasta en la religión. El vulgo no ha sido escaso en palabras para calificarlos; hipócrita es tal vez su más sofisticado apelativo.
Pero la mentira ha logrado ser tolerada y hasta aceptada sin escrúpulos donde no se tiene el coraje de oponerse a ella; o donde su aceptación produce algún beneficio a personas inescrupulosas. Es en esos ambientes donde resulta “inconveniente” decir la verdad. Donde se considera que la moral privada no tiene nada que ver con la pública; o donde se menosprecia como tontos o poco inteligentes a los que prefieren la verdad por encima de las conveniencias y los convencionalismos. La mentira trae siempre consigo una serie indefinida de consecuencias indeseables; sobre todo en la política, donde una mentira se desarrolla en cadenas interminables de funestas consecuencias sociales y económicas. En el mundo de la política se acepta muy comúnmente que es lícito y hasta meritorio mentir o por lo menos ocultar parcialmente la verdad. Es en la política donde nació la “razón de patria” para justificar cualquier violación de la verdad invocándose la manida frase: “el fin justifica los medios”.[4] Suele también suceder que en el ámbito político no se repare en cubrir con un velo de falso respeto las inconsecuencias de un personaje en su vida privada, como si ellas no debieran su imagen pública.
La verdad
Hasta los niños saben qué es la verdad. Si se lo preguntamos, sin dudar nos dirán que decir la verdad es decir lo que es.
La verdad es la realidad. La representación del mundo real en la mente, en las palabras, en los actos y actitudes de las personas. Los antiguos filósofos la consideraban como la conformidad entre la realidad y su representación mental: adaequatio rei et intellectus[5].
La esencia de todo lo que existe es la naturaleza de la verdad. Es su “ultima ratio”[6], porque la realidad es el ser. El no-ser, la nada, no puede ser verdad porque no existe. No existe ni siquiera para que se pueda decir algo de ella. Entonces, cuando se miente se dice algo-de-la-nada que, como no puede ser percibida ni por los sentidos ni por la inteligencia, tiene que cubrirse con un disfraz que de algún modo la haga presente en la realidad, como la capa del hombre invisible en el cine, que es lo que le da bulto y apariencia. Ese disfraz es la mentira.
La mentira es solamente una apariencia del ser; es decir, un engaño, una falsificación de la realidad. Para el hombre, que por naturaleza busca siempre comunicarse con el ser, la falsedad constituye una frustración, un fracaso, un fiasco en su búsqueda de lo bueno, lo bello y lo auténtico, tanto en sí mismo como en el horizonte de su vida.
La persona humana es esencialmente un individuo irrepetible y, en su unicidad de mente inteligente y cuerpo sensible, se define como una subjetividad que no puede ser forzada a compartirse con otro ni a ser violentada por otra subjetividad personal. En este sentido es esencialmente “incomunicable e incomunicada”[7]. Sin embargo, la subjetividad de la persona se abre voluntaria y libremente a las impresiones de la exterioridad que percibe por medio de sus sentidos corporales; y a la expresión de su propia interioridad en diversas maneras y, en este sentido, al conocimiento y a la comunicación de la verdad.[8]
La expresión verbal del ser personal es su palabra como acción del sujeto que se revela por sí mismo. Así el verbo es la expresión verbal del ser.[9] Pero la acción del ser, o el verbo, no es necesariamente coloquial. En la larga tradición del conjunto de la filosofía derivada del pensamiento griego y de la herencia judeo – cristiana, es el despliegue del ser que se manifiesta de diversas maneras. En el necesariamente único caso del Ser Absoluto, cuya esencia es el ser en sí mismo, sin dependencia de causa o atadura a finalidad alguna, la expresión del verbo es creación a partir de la nada. Cuando el creador de todo lo que existe se comunica, es la Palabra; que al ser pronunciada se despliega en el universo de los seres cuya existencia no es necesaria, y que tienen siempre un origen y un final; universo en el cual todos los demás seres somos y existimos. Él se comunica con nosotros por su Palabra y gracias a ella nosotros podemos comunicarnos con Él. Nosotros también, analógicamente, nos expresamos así en nuestro accionar, con nuestras palabras humanas; y a lo largo de la historia nos hemos ido expresando así en nuestras culturas, que son nuestras múltiples y diversas maneras de responder a las palabras y a los desafíos de la naturaleza. Es así como el creador nos da la palabra y podemos conversar con Él. [10]
En ese inabarcable espacio – tiempo la verdad se muestra como el despliegue del ser; y a su sombra la mentira que sólo puede considerarse como un esfuerzo epifenoménico, vano e insostenible, de aparentar tener algo de realidad sin conseguirlo: la nada. Nada hay nada más vano que la nada. Es así que todo el esfuerzo humano por mostrar el poder y la riqueza, el dominio, la supremacía y el disfrute de todo eso – de manera ajena a la verdad del ser -como la máximas realizaciones del hombre, cae por su base como la gran mentira de la nada: «vanidad de vanidades, todo es vanidad» [11]. Vanidad es la nada, la nada es pura vanidad.
Por el contrario, en la esfera luminosa del ser, la verdad del sujeto es la pura honestidad ontológica; pura sinceridad con la realidad del ser, en obras, en gestos, en actitudes, en valores, en palabras; sin sombra de vanas apariencias, en todas las formas de expresión posibles: musicales, pictóricas, escultóricas, dramáticas, posturales, organizacionales, proposicionales, declarativas, enunciativas, descriptivas, etc. En todas ellas la expresión humana no se aparta de la pura expresión del ser en hechos, gestos y actitudes de palabra o de obra. No la mentira que se desvela como la negación de la realidad, o como mera apariencia de la verdad que trata de hacerse vanamente existente en todas esas formas de expresión como parodias, imitaciones, copias, plagios, sustituciones, suplantaciones, desviaciones, sustracciones, etc.
Un ejemplo se nos brinda en la poesía como creación[12]. La palabra humana por excelencia se manifiesta pura y transparente como poesía. Así la poesía no existe mientras no se pronuncia en la palabra[13] y sólo una vez pronunciada, hecha palabra, cobra entidad. Lo mismo acontece con todas las artes, privilegiado espacio de la expresión humana: la verdad se transparenta en la obra original de todo artista, se palpa y se ve en las artes plásticas tanto como en las que se despliegan en el tiempo. Por eso, cuando alguien plagia un poema comete un delito de secuestro, como si el autor hubiera sido arrastrado fuera de sí mismo, violando y forzando su incomunicabilidad contra su voluntad. Por eso el plagio artístico es universalmente censurado, casi tanto como un secuestro o una violación personal. Porque la creación artística es única y auténtica expresión de un sujeto personal.
Esas reflexiones nos llevan a concluir que la Verdad es el Ser y el Ser es la Verdad. Por eso la verdad se identifica con el ser del sujeto-persona-humano; que cuando éste se expresa de manera verbal o de cualquier otra manera, está saliendo libre y voluntariamente de su auténtica subjetividad, de su profundo y consciente ser “incomunicable e incomunicado”, salvo su propia e inalienable determinación.
Cuando un escritor, un orador, un pintor, un poeta o un músico se expresan están, pues, creando de la nada, en un reflejo analógico de la creación divina. Esa es la suprema dignidad de la verdad: su identificación con el ser.
Por eso todo ello no pienso que la verdad frente a la mentira sea una cuestión de ética sino de ontología. Y, naturalmente, de esa fuente deriva su naturaleza ética.
La mentira es por tanto un atentado contra el ser mismo de la realidad; pues siempre procede la oscuridad o vanidad de la nada; y se presenta torpemente disfrazada de apariencias de verdad. Por eso es un secuestro de la verdad: su distorsión o deformación antinatural, sea como suplantación, como maquillaje de datos, como plagio, etc. Siempre es un hecho criminal más allá de la ética, en las altas esferas de la ontología, cuando la ontología se entiende como la pura metafísica del ser.
La tecnología y la crisis de la verdad
El desarrollo de la tecnología, una vez que se descubrió la posibilidad del control y manejo de la electricidad prontamente seguido por el control y dominio de la electrónica, las ciencias comenzaron a cambiar a una velocidad sin precedentes. Especialmente la física, al descubrirse que la electrónica no podía explicar el comportamiento de la materia en el ámbito microfísico, sin los descubrimientos de Max Planck y de Werner Heisenberg sobre el principio de indeterminación. Esos fenómenos, asociados a la expansión del conocimiento lógico – matemático, han dado a la ciencia enormes posibilidades de desarrollo. De pronto los físicos, elaborando ecuaciones de indefinidas proporciones comenzaron a predecir el futuro del universo, con muy deslumbrantes aunque siempre dudosas conclusiones que, en realidad nunca han pasado de ser hipótesis relativamente aceptables[14]. Se volvieron filósofos allí donde los filósofos no se atreverían a incursionar.
En el mundo de la información, aparecieron las Tecnologías de la Información y la Comunicación,[15] que han puesto a disposición de todos los pueblos y personas las más diversas y abundantes fuentes de datos de forma casi ilimitada.
Esa explosión informativa, tan positiva para la educación y el desarrollo científico, ha dado lugar al crecimiento del saber y la cultura en general; pero ha traído también consecuencias no deseadas, que anteriormente sólo llegaban a afectar a círculos restringidos de personas ilustradas. Estas perversas consecuencias permiten mentir más y mejor, si cabe la expresión. El fácil recurso a la desinformación; a la difusión de todo tipo de falsedades inconcebibles, conocidas como fake news; y finalmente al fenómeno universal de la postverdad, se han hecho fácil y universalmente posibles.
En esas tres modalidades consiste la que llamábamos crisis de la verdad y que en realidad es la explosión universal de la mentira. Porque vienen con agravantes adicionales: la múltiple edición de la mentira en facturas de buena calidad; su constante reproducción merced al manejo de algoritmos de elevada capacidad de aplicación en situaciones cambiantes; y, finalmente, su incansable repetición en todos los medios escritos, gráficos y audiovisuales. Así es como se difunde y se repite una mentira: una y otra vez, hasta lograr que acabe por ser aceptable y aceptada como si fuera verdad. Y como prácticamente todo el público dispone de radio y televisión, y aún de teléfonos digitales multimedia, el avance de la mentira sólo depende de la capacidad de pago del mentiroso. Esto está sucediendo en la política, donde los gobiernos autoritarios se mantienen incólumes en el poder con la propaganda mentirosa; o en el mundo de las empresas y de las corporaciones, donde se logra distraer al público de los enormes e irreparables daños al medio ambiente, que provoca su apetito de las crecientes ganancias que exigen sus accionistas. Así también sucede en todos los ámbitos de la actividad humana. Es muy difícil que la verdad llegue a gozar de las ventajas de las cuales disfruta la mentira, pues la verdad no se vende; ni ofrece fácil provecho y muchas ventajas; al menos no en la escala que está al alcance de la mentira y de los mentirosos. No en las dimensiones que ha alcanzado en nuestra época, en pleno siglo XXI.
La desinformación
La desinformación es la solución mediática para el encubrimiento exitoso de verdad, deliberadamente deformada, disimulada con algunos fragmentos de autenticidad y adornada de múltiples datos, desdibujados e imprecisos. Es la ausencia de la verdad plena, que a menudo se conoce como “media verdad”. Detrás de los datos fragmentarios o torcidos se esconde la mentira, dándose por seguro lo probable; y por dudoso o improbable lo que es cierto.
La desinformación se transmite por medios oficiales, oficiosos y privados. Por aquellos que se prestan al juego sucio, a cambio de beneficios materiales siempre apetecidos por una prensa que se mantiene gracias al favor que le hacen los poderes de la política, o de la empresa, o de las organizaciones sociales; y hasta de las innumerables organizaciones religiosas que ofrecen salud y felicidad a bajo precio.
De todos modos, los medios de comunicación suelen difundir la mentira con enorme facilidad, llevándola hasta los últimos rincones del planeta a una velocidad y con una amplitud inalcanzables para la verdad; gracias a la astucia que se las hace posibles. En las redes sociales recurre al rumor como su agente favorito y no necesita mostrar sus pruebas para la verificación de “su” verdad; al contrario, cuantas menos pruebas muestra se hace más convincente, mostrando seguridad y solidez en una gran variedad de alternativas a la verdad: en la conducta humana, en la investigación científica, en la lucha política, en las relaciones internacionales, en las causas nobles y santas; en fin, en todo lo que resulta de provecho para sus divulgadores. Mucho más cuando los mentirosos se esconden detrás del pseudónimo o de un inocente avatar.
Pero lo que no es verdad es nada: pura vanidad o vacío de ser. Ausencia de realidad. Ausencia de ser. Lo que no es ni nunca fue; lo que no podrá ser nunca; es decir, la vanidad de la nada.
Puede darse el error no buscado. Esas falsedades, en las que el mal informado cae por error involuntario, pueden sin embargo tener malas consecuencias. Precisamente, a intensión del desinformador es conseguir que el receptor del mensaje distorsionado, creyendo que recibe una información verdadera y confiando en él, caiga por ingenuo o inexperto en la falsedad y la acepte como si fuera verdad. Será un error del desinformado. Pero será un crimen del del mentiroso contra la verdad del ser. Y además, contra la ética y la moral universalmente aceptadas desde los comienzos de la humanidad.
Todos puden ser víctimas de la desinformación y caer en el engaño si, como sucede en los tiempos que corren, no nse han formado un espíritu crítico a prueba de falsedades. No se puede dar por cierta ninguna información sin verificar la autenticidad de sus fuentes y, sobre todo, sin estar convencido de que responde a la realidad. Para ello hay que acudir siempre a la investigación y el estudio, por mucho que cueste. Más nos costará aceptar acríticamente cualquier información, venga de donde venga.
Hay técnicas muy conocidas para verificar la veracidad de una información. Ya hemos mencionado la primera, que consiste en la verificación de la información. Otra técnica consiste en la revisión por pares. Y actulmente, gracias a la red de internet y a los buscadores disponibles, resulta simple y sencillo , encontrar otras opiniones o una mayor abundancia de datos más sólidos, respaldados por publicaciones científicas o por la opinión de comentaristas mundiales de reconocido prestigio.
La desinformación acude sin descanso a la tecnología y mejora sus resultados. Eha llegado a ser capaz de presentar a un personaje en un video, con toda la apariencia de su voz y su figura, sus gestos, sus actitudes, sus modos y maneras, diciendo y haciendo lo que jamás habría dicho ni hecho en su sano juicio. Así se logra ataca y destruir a cualquier persona, desde un dirigente común hasta un líder mundial.
Desinformar requiere malicia; plena consciencia de que se está faltando a la verdad con la intención de falsearla, distorsionarla o desfigurarla y “hacer creer” que es verdad lo que es mentira, para engañar al otro o a los otros con algún fin inconfesable. Y esta es propiamente la conducta del mentiroso, condenada por todas las culturas alrededor del mundo y a lo largo de la historia. “Hacer creer” algo que no es verdad, es engañar, es inducir al error, es apartar al interlocutor de su derecho de acceder al mundo real, llevándolo a la irrealidad de una ficción urdida con malicia; privándolo así de su derecho a acceder siempre a la verdad, a la bondad y a la belleza del ser. Este es un derecho propio de todo ser humano, dotado de inteligencia y voluntad precisamente para acceder a la realidad del ser y sus atributos esenciales.
Si un maestro enseñara falsedades o doctrinas de dudosa credibilidad, a consciencia de que son tales, estaría cometiendo un crimen contra las personas de sus discípulos. Lo propio acontecería con un funcionario público que engañara al público para apropiarse de los bienes comunes; o con un político empeñado en ganar el poder y la riqueza a como dé lugar. Y, sin embargo, estas son conductas frecuentes en la historia reciente, cuando se puede ver cómo la corrupción parece estar apoderándose de todo.
La “media verdad” siempre será una mentira plena; y la mentira está en la raíz de todo crimen; de hecho, es un crimen. Lo que no sucede con el error involuntario, por muy lejos que se encuentre de la verdad. En consecuencia, no es correcto atribuir la calidad de mentirosos a los que equivocaron su camino por diversas causas o por involuntarias circunstancias. Por eso, aunque nadie está obligado a encontrar la verdad; todos estamos obligados a buscarla con sinceridad y lealtad.
Con frecuencia se dan, sin embargo de todo lo dicho, las llamadas mentiras “blancas” o desviaciones de la verdad que se construyen con la pretensión de obtener fines laudables. A estas desviaciones suelen acudir, sin remordimiento alguno los que dicen buscar el bien de la patria o de la sociedad; llegando a hacer un arte de la política falsaria que diseña y utiliza tácticas y estrategias ingeniosas, para despistar al adversario y llevarlo a la derrota o al fracaso en aras del éxito del mentiroso. A estos ardides se suele acudir cuando se diseñan las estrategias y las tácticas que engañan al enemigo y le hacen pensar que está luchando contra un adversario leal. No hay lealtad en la guerra moderna; en la que todo se hace acudiendo a la desinformación del “enemigo”, al que hay que destruir o perjudicar a toda costa. Por eso toda guerra es inmoral; porque constituye un recurso vedado para los sujetos racionales, que siempre están obligados al diálogo antes que a la violencia.
Se suele incluso celebrar después, con regocijo y admiración, la habilidad de tales engaños “estratégicos”, atribuyéndola a la inteligencia, al valor y al patriotismo. Así alababan los ingleses las artimañas del pirata Francis Drake contra los navíos españoles y hasta le hicieron “noble” por ellas; o los nazis que apodaron a Erwin Rommel “el zorro del desierto” por su astucia en la guerra del norte de África. Así la astucia acaba por ser una virtud; aunque todos sabemos que eso no es más que la misma habilidad de mentir y disimular.
Eso mismo se hace en la política interna de todos los países del mundo. Y también en la dura competencia entre empresas y corporaciones. ¿De qué sirve que en la escuela se enseñe a los niños “no mentirás”, si en la vida real ellos mismos ven, todos los días, que los medios de comunicación desinforman y mienten descaradamente, que los políticos y los empresarios hacen lo mismo, que la verdad sólo está en los libros y que, por tanto, ni en el seno del hogar tiene valor?
“Fake news”
Las “fake news” son el género preferido de las redes sociales para diseminar la desinformación. Hace unos años se solía decir “no news, good news”, haciendo alusión a la mercantilización de las malas noticias para promover la venta de los periódicos. Hoy los periódicos de papel ya casi no se venden. Lo que se vende ahora son los periódicos digitales, saturados de anuncios “multimedia” que el lector rechaza por su impertinencia y que el productor se empeña en obligarlo a leer, acudiendo a los expedientes coercitivos más indecorosos e irrespetuosos de la libertad del cliente.
En las “fake news” hay de todo. Desde falsificaciones de los hechos históricos de cualquier época, hasta anuncios del fin del mundo o de la llegada de los extraterrestres. Acontecimientos tremendos en el titular y nada originales en el contenido de la noticia.
La postverdad
La facilidad de la difusión de la mentira y su persistencia, hasta el punto de convencer de “su verdad” a millones de personas, se ha podido apreciar en todo el mundo en el caso del fraude electoral, sostenido por Donald Trump como una verdad indiscutible, luego de las elecciones presidenciales en los Estados Unidos, ganadas por el actual Presidente Joe Biden.
La terca subsistencia de la mentira, a pesar del rechazo de los tribunales de justicia en varios Estados de la Unión y en la Corte Suprema Federal, y a pesar de que la prensa seria de los EE.UU. la denunciará debidamente, es una demostración de la fuerza que puede desarrollar el fenómeno llamado “postverdad”.
Es difícil definir qué es la postverdad, puesto que en cada caso puede tener variados elementos constitutivos. Podríamos decir que es un constructo social antes un producto lógico. Pero eso no sería suficiente. Sin embargo, es posible señalar algunas de sus características:
- Siempre se impone con mucho dinero.
- Utiliza todos los medios legales e ilegales que estén a su alcance.
- Puede sostener campañas prolongadas.
- Se arraiga fuertemente en las mentes de personas de toda condición y nivel cultural, acudiendo a principios tradicionales de legalidad y moralidad.
- No se detiene ante ningún obstáculo que pueda oponer la justicia o la opinión pública.
- Fabrica héroes, testigos y mártires defensores de su causa.
- Es prácticamente imposible de erradicar.
La construcción y mantenimiento de la postverdad es una práctica común a todos los poderes totalitarios en los ambientes políticos de todo el mundo; así como a organizaciones internacionales empeñadas en imponer sus principios pseudo – universales y, finalmente en las poderosas transnacionales que la sostienen mundialmente en defensa de marcas, procedimientos y precios. En nuestro país el fenómeno de la postverdad está empezando a ser introducido; pero es temprano aún para señalarlo como tal sin dar lugar a dudas.
Conclusiones
Verdad y mentira han estado siempre frente a frente. Nunca, sin embargo, al extremo que podemos contemplar en nuestros días, cuando se extiende el relativismo como una mancha de aceite en el mar y se abre epaso a una especie de escepticismo universal en materia de principios y valores.
Primera
Todo, finalmente, ha llegado a estar permitido [16]en una civilización, la nuestra, donde el poder legislativo de cualquier país del mundo, grande o pequeño, tiene la potestad de establecer lo que es ético y, por tanto, la moralidad de la conducta humana. La verdad, por consiguiente, depende un voto en un parlamento cualquiera y carece en absoluto de un fundamento ontológico. Su precio, por tanto, podría pagarse en oro o con una taza de café. Es indiferente.
Segunda
La mentira parecería haberle ganado la partida a la verdad. Y así sería, si el sujeto humano careciera de la libertad de consciencia que constituye la propia naturaleza de su ser. Si careciera de su capacidad de elaborar el pensamiento abstracto y universal [17]como el fruto prohibido a la naturaleza de cualquier otro ser viviente que no goce de la naturaleza del sujeto humano, incomunicable e incomunicado, salvo su libre decisión.
Tercera
Y no por tercera la menos importante: el problema de la mentira no es una cuestión ética, sino ontológica. Por consiguiente, hay que volver a hablar de metafísica sin las actitudes vergonzantes de quienes parecieran estar amedrentados por los creyentes del método científico. Como si fuera el único método para conocer la verdad.
Cuarta
El relativismo, padre del escepticismo, sólo puede ser derrotado con la verdad, fruto de la investigación científica y de la reflexión filosófica.
Quinta
La educación de las nuevas generaciones de científicos y filósosos exige el mayor respeto a la libertad de pesamiento en el sujeto persona, desde su más tierna edad. Pero, al mismo tiempo, el más sincero y desprejuiciado tratamiento de todos los campos del conocimiento, apelando al método y respetando las opciones personales.
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[1] ESTE ARTÍCULO SE PUBLICÓ INICIALMENTE en el Nro.18 de los Cuadernos de Investigación del INSTITUTO DE ESTUDIOS BOLIVIANOS de la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación, de la Universidad Mayor de San Andrés, La Paz.
[2] Brugger, Walter, Diccionario de Filosofía. Ed. Herder, Barcelona, 1972.
[3] Diccionario de la Lengua Española, RAE.
[4] El fin justifica los medios es una frase hecha; significa que cuando el objetivo final es importante, cualquier medio para lograrlo es válido. Atribuida al filósofo político italiano Nicolás Maquiavelo, en realidad la escribió Napoleón Bonaparte en la última página de su ejemplar del libro El príncipe, de Nicolás Maquiavelo. (Disponible en Wikipedia). Pero no sólo es una frase; sino una difundida creencia que muchos políticos aplican cotidianamente sin el menor escrúpulo, causando que la gente honesta se aleje con marcada repugnancia de las actividades políticas de los partidos o de las facciones. Tal es toda la historia de lo “políticamente correcto”.
[5] Adecuación de la cosa y el intelecto.
[6] Razón última, su fundamento ontológico.
[7] Concepto clásico del sujeto.
[8] Para Tomás de Aquino y Boecio la persona es una sustancia individual de naturaleza racional; es decir, un sujeto completo, un todo unitario, cuyas notas fundamentales son la individualidad y la subsistencia. Lo definitorio del sujeto personal que lo diferencia esencialmente de los seres inanimados, los animales y las plantas, es la mente inteligente, como principio personificador. Considerando su ser, la subsistencia de la persona se nos revela como autoposesión y su individualidad, como total incomunicabilidad. (Summa Theologiae, Prima pars, qu.34, ar.3, ra.1). Martí Andrés, G. (2017). Sustancia individual de naturaleza racional: el principio personificador y la índole del alma separada. METAFÍSICA Y PERSONA, (1)
Disponible en: https://doi.org/10.24310/Metyper.2009.v0i1.2849
[9] El uso del griego λóγος en la época clásica de la cultura griega; y del término latino “verbum” en la cultura romana, muestra un paralelismo que recoge el pensamiento cristiano de los primeros siglos de nuestra era. Se refiere a la acción credora del Ser Absoluto, cuya palabra ES la realidad y no solamente la expresión de la realidad. Por ejemplo; la fidelidad a la palabra, en Juan, es la fidelidad a la manifestación de la realidad de Dios que ES su Palabra.( Ver el evangelio de Juan (Jn.1,1 y sus cartas, passim).
[10] En ese marco filosofófico fluye naturalmente una consecuencia de rigor lógico: la Verdad es Dios. Consecuencia que se desenvuelve en estrecha relación con la Revelación de la Palabra y todo el desarrollo teológico derivado de la Revelacón.
[11] ματαιότης ματαιοτήτων και τὰ πάντα ματαιότης. (mataiótes mataiotéton kai tà panta mataiótes) Eclesiastés 1,2, libro sapiencial, Antiguo Testamento)
[12] Ποίησis o poesía. Término que además significa acción, creación, composición. La poesía es pura creación en y con la palabra. Y la palabra es creación del ser. La relación directa del término griego con el verbo ποιῶ o hacer, en griego clásico, resulta evidente. En esa original relación se apoya la interpretación de Ποίησis como Creación y, sin estirar los significados, podemos concluir que la creación del universo es, en la mentalidad de los griegos de la época clásica, un poema: Palabra pronunciada por Dios. Nuestra propuesta de identificar al Ser con la Palabra tiene estos profundos antecedentes. Y por eso pensamos que el fundamento de la verdad no es una cuestión de ética, sino de pura ontología.
[13] Johannes Pfeiffer, LA POESIA. Ed. Fondo de Cultura Económica, México, 1979
[14] Por ejemplo, la existencia de universos paralelos.
[15] Las TIC,s y sus repercusiones en educación, economía, política y organización social. Véase entre otras, las obras de Manel Castells. Referencias disponibles en Wikipedia.
[16] “Si Dios no existe, todo está permitido”. La frase cèlebre de Iván Karamazov, el hermano ateo y racionalista, en la novela de Fedor Dostoywsky, LOS HERMANOS KARAMAZOV.
[17] Nadie ha podido explicar la capacidad de pensamiento abstracto y universal mediante las leyes de la inducción imperfecta. Tan imperfecta que sólo especula sobre la acumulación de los datos concretos, a sabiendas de que la elevación al pensamiento abstracto y universal requiere de una auténtico “salto cualitativo” y no de una sumatoria de elementos concretos.